En esta nuestra cultura cristiana obsesionada con el liderazgo, he querido buscar un término diferente para la palabra liderazgo.
Ese término es influencia.
A pesar del idilio enfermizo que mantienen muchos cristianos con la idea del “liderazgo” y “ser un líder”, la verdad es que si eres un seguidor de Jesucristo, ejerces una influencia.
Tu influencia puede ser mayor o menor, puede ser buena o mala, pero existe.
En este boletín de UNFILTERED [sin filtro], quiero abordar dos tipos de influencia en el cuerpo de Cristo. Quisiera hacerlo utilizando una experiencia que tuve hace muchos años con dos tipos de líderes muy distintos.
En aquel momento, ambos tuvieron una influencia notable. Pero por lo que respecta a su carácter y estilo, había un abismo de diferencia. Así que cada uno representa un modelo específico de liderazgo con resultados drásticamente diferentes.
Hombre influyente nº 1:
El primer líder era un orador y escritor excepcional. Tenía un doctorado en carisma. En sus mejores momentos, mostraba una capacidad incomparable para exponer los temas que le apasionaban.
Como suele ocurrir con los comunicadores excepcionales, siempre que hablaba en público, provocaba una especie de frenesí sanguinario en una parte de la concurrencia, y hechizo absoluto en la otra parte, al punto de ni sacar sus teléfonos móviles.
Sin embargo, aunque él mismo era incapaz de verlo, este hombre influyente sufría de un narcisismo devastador. Como la mayoría de los narcisistas, sentía celos de otros con los mismos (o más) dones que él.
Su megalomanía le delataba incluso en sus charlas públicas, cuando se crecía hablando de sí mismo y sus éxitos.
A pesar de la calidez externa que exhibía, veía a los demás mortales como proyectos para el avance de su propio ministerio, más que como personas creadas a la imagen de Dios. No tenía la capacidad de aceptar consejos de otras personas, a pesar de que le hubiesen ahorrado muchos fracasos y frustraciones.
Aunque podía hablar con elocuencia acerca del quebrantamiento y la humildad, siempre se sentía amenazado por la popularidad ajena. Notoriamente presumido y monstruosamente inseguro, a menudo se dedicaba al chismorreo mezquino, a los vilipendios gratuitos e incluso a la calumnia – todo para compensar sus inseguridades. Hablaba mal de otros habitualmente con el fin de exorcizar sus propios demonios.
Estos defectos de personalidad le convirtieron en una persona tóxica.
Dado que nunca había resuelto las inseguridades que dominaban su alma, con frecuencia proyectaba las partes más oscuras de su corazón en los demás, atribuyéndoles sin cuidado (y sin razón) malas intenciones. También culpaba con facilidad a los demás por sus propios fracasos.
Hoy en día, el ministerio de este hombre se ha reducido a nada. Prácticamente todos los que antes le apoyaban han abandonado la barca. Consumió secretarias, colaboradores, donantes y amigos como el que come palomitas de maíz en el cine. Su entramado de mentiras se terminó desmoronando.
Su vida era un estudio en autosabotaje.
Hasta donde yo sé, jamás ha afrontado el daño que hizo. Tampoco se ha arrepentido, ni se ha disculpado con ninguno de aquellos a los que afectó. Al contrario, parece seguir obsesionado con su propio legado, o lo que queda de él.
Lo trágico es que él mismo destruyó su visión. Cuando tenía más éxito y recursos (lo cual sucedió varias veces), desperdiciaba las mejores oportunidades.
Un famoso jugador de los Yankees describió una vez al difunto Billy Martin (entrenador de los Yankees) así:
“Billy Martin es una de las personas más complejas que haya conocido. Billy es un tipo muy raro. Es buena gente, y es mala gente. Es bondadoso y es cruel. Ha hecho cosas inteligentes y cosas estúpidas. Sería un caso de estudio de personalidad fascinante para alguien más versado en la psicología que yo. Hubo momentos en los que se portó fantásticamente conmigo, y otros en los que se esforzó al máximo para hacerme daño como jugador y como persona. Me ha halagado. Ha dicho muchísimas cosas negativas de mí. Los muchos rostros de Billy Martin”.
Esta descripción le va como anillo al dedo al hombre influyente que acabo de describir. Sin embargo – a diferencia de Billy Martin, a cuyo entierro acudieron miles de personas – a no ser que se arrepienta y pida perdón a las innumerables personas a las que ha hecho daño, a su entierro acudirá un puñado de verdaderos creyentes y su legado no tardará en quedar en el olvido.
Lo que un hombre construye con sus dones lo puede llegar a destruir con su carácter.
Hombre influyente nº 2
El segundo hombre influyente era el más listo que he conocido, y sin embargo era de los más humildes.
Tenía un ingenio impresionante y dejaba admirados a cuantos le conocían – sobre todo a los que trabajaban en el ministerio cristiano, incluidos eruditos bíblicos y teólogos con repertorios alucinantes de títulos. No había nadie que no quedara impresionado después de conversar con él.
Cuando hablaba, cautivaba. (Incluso a mí, que tengo la capacidad de atención de un parvulito.)
Los oyentes se marchaban enriquecidos, alentados e inspirados. (Siguiendo su ejemplo, me esfuerzo en obtener el mismo resultado.)
Es la persona de la que más he aprendido. Pese a sus dones increíbles, mostraba más interés por los demás que por sí mismo. Sus vidas, sus aflicciones, sus alegrías, sus dolores. Se ponía desinteresadamente a disposición de otras personas para escucharles – incluso durante horas – y ofrecerles aliento y consejos sensatos.
Este líder también tenía una asombrosa habilidad para dar reconocimiento a las personas, incluso a las más complicadas. Observé su capacidad para ocuparse de personas exigentes y aturdidas, desactivando de manera instintiva su ira y agitación emocional.
Sabía cómo apagar incendios arrasadores. Su ingenio y destreza usando el humor para desarmar a personas alteradas eran sumamente impresionantes. Le estoy agradecido por enseñarme a usar este recurso.
Este hombre extraordinario no se preocupaba mucho por su legado. Vivía en el presente, y su ejemplo vivo era un modelo para todos, yo incluido.
No tenía par en cuanto a conocimiento sólido del Señor, de las Escrituras y de la historia – ni en cuanto a su don para presentar pensamientos sublimes en lenguaje sencillo.
Existía para servir, no para lucirse.
Existía para informar, no para impresionar.
Existía para hacer el bien, no para quedar bien.
Existía para marcar una diferencia, no para hacerse un nombre o un legado.
Resumen
Dos hombres influyentes. Dos personalidades y estilos muy dispares. Dos resultados muy diferentes.
El primer líder tenía un ego desenfrenado. Como resultado, hoy en día prácticamente carece de influencia, excepto en un puñado de adeptos aduladores que no le conocen muy bien.
El otro líder sigue emanando la fragancia de Jesús a todos los que entran en contacto con él. Y pese a que jamás le he escuchado hablar de su legado, perdura en mí y en otros a quienes tocó.
10 moralejas
Te presento diez moralejas que aprendí observando a estos dos influyentes. Ya que cada uno de ustedes tiene influencia en este mundo, espero que busquen incorporarlas a sus vidas.
- Conoce tus limitaciones. El cuerpo de Cristo tiene muchas funciones y muchos dones. No los posees todos. Por eso, aprende a depender de quienes destacan en las áreas en las que tú no. Abandona la necesidad de controlar. Delega.
- Las personas no son proyectos ni escalones para el avance de tu propio ministerio. Aprende a amarlas y honrarlas para su propio bien. Como dijo Pablo en Filipenses 2, mira por sus intereses. Los grandes líderes quieren ser reemplazados. Los líderes inseguros no pueden dejar de ser protagonistas.
- Ten siempre compañeros – personas que puedan hablarle a tu vida. Si te consideras demasiado “excepcional” para tener compañeros, vives en un mundo de fantasía – que terminará siendo una pesadilla. No pasará mucho tiempo hasta que se te colme el vaso. El primer líder se negó a tener compañeros en su vida. El segundo los recibía con brazos abiertos.
- Nunca juzgues las intenciones de los demás. Tienes libertad para evaluar las acciones y las ideas de otras personas, pero atribuirles intenciones solamente revela las tuyas.
- Pide perdón enseguida si has ofendido a alguien. Los grandes líderes piden disculpas incluso cuando la culpa no es enteramente suya. Reparar las relaciones (siempre que sea posible) es más importante para ellos que tener la razón. La elegancia no se queda en palabras, la practican.
- Especialízate en Mateo 7:12. Si no sabes qué dice, ve a leerlo y tatúatelo en la frente (espiritualmente, quiero decir). El primer líder pensaba lo peor de los demás. El segundo se negaba a hablar mal de otro creyente. Si oía algo negativo sobre otro cristiano, hacía caso omiso. Si le parecía preocupante, iba directamente a la persona aludida para informarse – lo mismo que nos gustaría a cualquiera de nosotros si nos viésemos en una situación semejante. Entonces, aprende a practicar Mateo 7:12 en toda situación. Es una descripción de la vida de Jesucristo practicada con ahínco.
- Para bien o para mal, la gente emulará tu estilo de vida antes que tus palabras. Los seguidores del primer líder se formaron a su imagen. Imitaron no tanto lo que decía sino lo que hacía. Por consiguiente, eran mezquinos e inseguros, juzgaban las intenciones de los demás, se tornaban celosos con facilidad, eran dados a ser impositivos, a humillar a otros y a traficar con las calumnias. Jamás lo olvides: la gente imitará antes tus defectos que tus virtudes.
- Reconoce tus errores y no culpes al pueblo de Dios. El primer líder era pronto para culpar a los demás por el fracaso de su ministerio. Culpar y hacer sentir mal a los demás son las señales de un líder mediocre. Los buenos líderes reconocen sus errores y se responsabilizan.
- No prometas más de lo que puedas cumplir. El primer líder a menudo compartía ideas, planes y objetivos impresionantes. Era un experto fanfarrón. Pero rara vez cumplía, cosa que minaba la confianza y el respeto. Nunca hables solo para impresionar. Honra tu palabra. Sé cumplidor.
- Olvídate de liderar y concéntrate en servir a otros. Al primer líder le interesaba mucho más liderar que servir. El segundo ni siquiera hablaba de “liderazgo”, ni se consideraba “líder”. Estaba demasiado ocupado sirviendo. Así que entierra cualquier afición por liderar y aplícate a servir.
Frank Viola
Salmo 115:1